En el campamento canadiense donde trabajaba se sumó un grupo de colaboradores que estarían trabajando con niños durante las vacaciones de verano. Junto a ese grupo de jóvenes trabajadores, llegó Amanda.
Dada mi limitación en la comunicación del idioma inglés, mi diálogo con ella no fue más que un “nice to meet you” el primer día que nos vimos, y algún cruce de palabras las veces que por alguna razón tuvimos que trabajar juntos.
No obstante, evidentemente de alguna manera capté su atención, y a causa de esto, ella buscó la manera de poder estrechar una mayor relación conmigo. La amistad fue creciendo, y junto a eso, la crucial pregunta de toda persona que anhela encontrar su pareja, ¿será esta mi media naranja?
Fuimos hablando bastante con Amanda acerca de nuestros sueños, de los propósitos por alcanzar, del futuro, de su historia, de mi amistad con Laura, etc. Y si bien la ambición de pastorear, formar una familia pronto, y la atracción física eran elementos que teníamos en común –lo cual podría ser un buen punto de partida–, ambos sabíamos que habían muchos factores en contra: el desconocimiento del otro, nuestra barrera cultural que tanto se notaba, la carencia de tener un mismo idioma con el cual transmitir apropiadamente los pensamientos en profundidad, las distancias geográficas de nuestras familias, los compromisos inmediatos luego de mi retorno a la Argentina, el poco tiempo que me quedaba en Canadá, y demás…
Preguntas para interactuar:
¿Cuánta empatía se debe tener para suponer que un noviazgo va a funcionar?
¿Puede la cultura ser un motivo para que un noviazgo no funcione?
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