Entre las últimas normativas del padre de Laura, constaba no trabajar juntos en actividades eclesiásticas, así que previendo la indiferencia de Laura a sus órdenes, su papá me indicó que no debía concurrir a la festividad, sino simular una repentina enfermedad que me imposibilitara llegar al lugar para evitar todo contacto con ella.
Era domingo, el día anterior a la noche mexicana que se festejaría en la iglesia. Estaba en la iglesia a punto de comenzar la reunión general, y yo no podía sacarme de encima la tristeza que me aquejaba. Al ingresar por un pasillo me encontré con el pastor principal de la iglesia, y recibí el típico saludo: –Hola, ¿cómo te va? Y esta vez no pude contenerme... le dije que estaba muy mal y que, si era posible, me gustaría hablar con él ese mismo día. Por lo tanto, acordamos charlar luego de la reunión que ya comenzaba. Así fue, y no solo vino este pastor, sino que también se sumó a la charla otro colega de mayor experiencia en el medio, con quien acabábamos de conocernos, pero que había tenido gran decisión en mi viaje a México. De modo tal que estaba hablando con las dos personas más influyentes de la congregación, y era consciente de cuánto iba a implicar esta charla.
Sin muchos rodeos, fui al punto en cuestión, y conté todo lo que ocurría. Esos pobres hombres no podían creer lo que les contaba. Luego de explicarles todo lo vivido en estos meses, y mencionarles las serias limitaciones que teníamos a nivel noviazgo y pastoral, les planteé mi decisión de regresar a la Argentina.
Si bien en un principio lo resistieron, posteriormente aceptaron mi retorno a la Argentina y tomaron dos primeras medidas para el tiempo restante: el papá de Laura ya no sería más mi tutor, y la segunda era mi urgente traslado a otra casa en la cual yo no tuviera relación directa con él. Por supuesto, también me alentaron a participar en la noche mexicana y cumplir con las responsabilidades que había contraído.
Además, el lunes de noche tuvimos otra charla con los pastores que se encontraban en la fiesta, junto con Laura y su mamá, quienes respaldaron todo lo que yo ya había hablado anteriormente con ellos y, a su vez, expusieron con mayores detalles otros asuntos que estaban aconteciendo.
Preguntas para interactuar:
¿Es de valientes o cobardes guardar los secretos enfermizos de la familia?
¿En qué nos beneficia callar aquello que nos hace mal?
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